6 de marzo de 2008

DECIR ADIÓS

Decir Adiós

Yo.
Ella.
Vino.
Había luz, y nieblas cerradas, bajo sus ojos. Ante su sombra. A mis lados el bien y el mal.
Me quité los guantes olvidados, unté mi cuerpo con una seda que espantara hasta a los vientos. Milagro y yo andamos viendo nuestros reflejos en espejos de concreto. No había seres nocturnos rondando. En las aureolas de mis ojos yo le prendía fuego, temblando, sollozando y susurrando que yo no quería hacerlo.
Para los ojos de dos desamparados y perdidos caballeros que nos abordaron cuando yacíamos reposados en un seno del pequeño parque éramos un par de amigos cruzando miradas de amigos, voces de amigos. Para el silencio éramos silencio. Si él hablara, o al menos me expresase algún gesto, yo sabría que era nuestro silencio.
Para los ojos de grupos en risas o de atención que nos cruzaron cuando yacíamos de pie en una pierna del pequeño parque éramos algo más que amigos. Vino. Ella con la frente pegada a la mía. Yo con la frente amando a la suya. Nuestras narices se rozaban. Nuestras narices se tocaban como dos dedos nerviosos, aún no convencidos pero valientes. Yo soñaba soñar.
Para los ojos de los faroles que nos vigilaban como ángeles cuando yacíamos sentados en el pubis del pequeño parque, en un banco frío, para él y por nosotros, éramos dos enamorados excitados pero agotados. Abrazados. Besados. Y yo Viajaba de un lado a otro. Mi vida entera se reducía a menos de una hora. Mi vida entera se concentraba en su cuerpo azulado pegado al mío, en su cabeza de cabellera celestial reposando en uno de mis delgados hombros. En sus labios escarlata. Había luz, y lágrimas adentro, bajo mis ojos.
Vino.
Ella.
Yo.


Lucien GaeL

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