12 de marzo de 2009

DIARIO NOCTURNO DEL BIENAVENTURADO


Añoso sol calienta el palo de púrpura del techo,
la cal desnuda que persigna un santo
de sombra brotado del fondo mismo de la casa
como de una oscura estampa de luz arrebatada.

Sólo avistado al amor de un candelabro,
como ante un puro dedo que le abriera la entrada a la dulzura,
surge embelesado, al borde de la dicha el pecho herido
en un destello rojo. Despierto en sueño a la mañana,
tras la verdosa reja, las manos en acecho,
los acabados ojos vueltos hacia el cielo
como hacia la única rosa salvada,
espera quieto la brisa que devuelva sus plegarias en perfume.

Seguro y tierno, casi ignorado por su propio corazón, no muere
porque le da la luz de otro más cerca aún que el suyo;
donde el sudor es el palacio del pobre
y no existen agua ni comida ni alborada
capaces de arrancar de aquella casa un frente amable,
sus cuatro muros allanados por la oscuridad.

Tiempo ha su acento nace y muere en aquel aire
igual que un pálido mendigo contra la misma puerta,
y cuyo cuerpo ciego echa alas y atraviesa la esperanza.

Jorge Eduardo Eielson

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