He visto en los últimos años emigrados que llegaban con la humildad de quien a escapado a los campos de concentración, aceptar cualquier cosa para vivir y alegremente desempeñar los trabajos más humillantes, pero es bastante extraño que a un hombre no les baste con haber escapado a la torturea y a la muerte para vivir contento: en cuanto empieza a adquirir nueva seguridad, el orgullo, la vanidad y la soberbia, que al parecer habían sido aniquilados para siempre, comienzan a reaparecer, como animales que hubieran huído asustando; y en cierto modo a reaparecer con mayor petulancia, como avergonzados de haber caído hasta ese punto.
1 de noviembre de 2009
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